domingo, 15 de noviembre de 2020

Estupidez: la crisis nacional

 Mi primera y única publicación fue cuando estaba en secundaria; tenía una gran preocupación por la economía del país y los sufragantes peruanos. Pero tenía esperanza.

Es claro que volvimos a fallar como electores desinformados. 


Pero no más conformismo, el Perú reaccionó y se levantó día tras día y calle por calle en estas últimas jornadas de protesta pacífica. La juventud que creyeron irreverente, influenciable e inmadura se puso en primera línea para defender los derechos de todo peruano con un aplomo impresionante que a más de uno le costó la vida. Esta juventud culturalmente extraña para otras generaciones se revistió de valor para defender la democracia; la juventud de los memes, los TikToks y los tuits defendió la movilización con ímpetu. 


El Estado, una vez más, perdió de vista el fin por el cual existe. Perdió toda noción de la realidad y la sensibilidad ante las voces de miles de peruanos que claman por la democracia que tanto nos ha costado a lo largo de la historia. Este gobierno de facto es como un ladrón con frialdad afectiva que busca robar, agredir y, si hay resistencia, matar. Es un gobierno sin preocupación alguna por el bienestar colectivo, pero muy al  tanto de sus beneficios personales; sin intención alguna de escuchar a un país sangrante, pero sí a sus consejeros sin vergüenza ni dignidad. Esta gestión pretendió usar el temor para hacer retroceder al pueblo; las armas, para silenciar su voz; la desinformación, para generar caos. Sin embargo, no fue suficiente. Sus trucos y tácticas de terror no funcionaron: la indignación pudo más que la corrupción. Se dieron cuenta de que, a diferencia de ellos, al pueblo unido le interesa mucho más el bienestar de la sociedad y la democracia que los beneficios individuales que ciegan a los gobernantes. 


Este sábado hubo un enfrentamiento masivo en el que el pueblo se armó con cacerolazos y arengas, pancartas y banderas, brigadistas y voluntarios; mientras el gobierno lo abatió con disparos y gas lacrimógeno. No, me corrijo: el gobierno los masacró. La policía uniformada e infiltrada respondió con bombas de gas ante las arengas, con disparos frente a las pancartas, con helicópteros de gas ante cánticos y con sangre y muerte ante la resistencia. Sí, fue resistencia y no una guerra pues, en esta última, ambos bandos van estratégicamente armados a acabar uno con el otro y ese no fue el caso. Esto fue un acto de violencia premeditado y consciente en contra de una marcha justa. Esto fue un atropello a los derechos humanos de miles de ciudadanos. Esto no fue una guerra, fue una vil matanza. Un deplorable acto de temor y cobardía ante la cruda y dura verdad: el pueblo ha despertado luego de un largo sueño. Está más despierto que nunca. 


Rejas negras oyen el llanto de familiares desesperados; uniformes blancos y azules se encuentran aún pasmados por lo que tuvieron ante sus ojos: dos muertos. Dos compañeros caídos en la lucha, dos jóvenes con futuros prometedores, dos ciudadanos preocupados por su país y dos hijos que no le darán los buenos días a sus padres nunca más. No es lo que perdimos este día: es lo que el gobierno nos quitó con violencia y alevosía. 


¿Hasta cuando? ¿Hasta cuando el Estado va a gobernar para sí mismo? ¿Hasta cuando habrá peruanos indolentes con quienes luchan por los derechos de todos? ¿Hasta cuando algunos políticos aprovecharán situaciones críticas para ganar fama? 

Tengo una sola teoría: hasta no ser conscientes de la estupidez y decidir un cambio. 


La estupidez es muy poderosa, ciega a muchos a través del poder, del dinero, de la fama, y un largo etcétera. La estupidez no le permite ver a nuestro dictador que con esta crisis nos perjudicamos todos. O ¿acaso cree que saldrá bien librado de su despreciable accionar?. Por supuesto que no, y las consecuencias no solo lo alcanzarán a él sino a su familia, a su carrera y a su paz y tranquilidad. ¿No ha notado que se ganó el odio de toda una nación?, lo desprecian desde Lima hasta Italia, de Escocia a Panamá. Su carrera política murió junto a su reputación. Si antes no era el congresista más conocido de Perú, ya se ganó ser uno de los dictadores más famosos del mundo. Y es así que actúa la estupidez, aquel flagelo que le hizo creer a Merino que podría fastidiar al tigre y salir dando saltitos de su jaula; que podría dañar el sistema educativo sin ser tildado de corrupto; que podría matar y no ser llamado asesino. 


La estupidez, amigos, es poderosa. Nuestra política lo sabe de sobra. No volvamos a perder contra ella y, luego de 6 años de mi primer ensayo público, debo repetir las mismas palabras de una colegiala: “tomen muy en cuenta la realidad para no desperdiciar su voto”. No olviden, no se desanimen, no desfallezcan: el camino es largo pero depende de cada uno de nosotros construir un Perú mejor. Ya nos dimos cuenta que si no lo hacemos, nadie lo hará por nosotros.